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La brecha salarial de género es una realidad que todavía persiste en muchas sociedades, y es una de las principales causas de la desigualdad entre hombres y mujeres. A pesar de los avances en los derechos y la conciencia social, las mujeres a menudo ganan menos que los hombres para realizar el mismo trabajo o por tener responsabilidades similares.

Esta brecha no es sólo una cuestión de diferencias en los salarios, sino que también refleja una estructura social y económica que perpetúa la desigualdad. Factores como la segregación laboral, la falta de políticas de conciliación, la discriminación y los estereotipos de género contribuyen a mantener esta barrera.

En España, la diferencia entre lo que ganan hombres y mujeres no solo persiste, sino que ha aumentado: en 2023 la brecha se situó en el 19,6%, frente al 19% del año anterior.

Los hombres ganan de media casi unos 5.000 € más al año que las mujeres (Fuente: Encuesta de Población activa 2023 del INE).

Esta desigualdad no es casual ni coyuntural. Se alimenta de múltiples factores interrelacionados:

-Mayor concentración de mujeres en ocupaciones a tiempo parcial

-Penalización por maternidad

-Asunción mayoritaria de las tareas de cuidados no remunerados

-Menor representación de mujeres en puestos directivos (techo de cristal)

Es importante entender que la brecha salarial de género no es sólo un problema individual, sino un obstáculo que afecta a toda la sociedad, limitando las oportunidades de las mujeres y perpetuando la desigualdad. Para avanzar hacia una sociedad más justa e igualitaria, hay que seguir trabajando para eliminar esta brecha y promover un entorno laboral que valore y reconozca el mérito y el esfuerzo de todos, independientemente del género.


En nuestra sociedad, la desigualdad de género no solo se refleja en diferencias salariales o en el acceso a la educación, sino también en cómo se distribuye el tiempo entre hombres y mujeres. La llamada pobreza de tiempo se refiere a la escasez de horas disponibles para realizar actividades personales, de cuidado o de ocio, y afecta de manera desproporcionada a las mujeres.

¿Qué es la pobreza de tiempo?
Es la situación en la que una persona no dispone de suficiente tiempo para cubrir sus necesidades básicas, descansar o dedicarse a actividades que le aporten bienestar. Para muchas mujeres, esta pobreza de tiempo se traduce en largas jornadas de trabajo, tanto remunerado como no remunerado, como el cuidado de hijos, familiares mayores o tareas domésticas, que muchas veces no son reconocidas ni valoradas socialmente.

¿Por qué es una forma de desigualdad de género?
Porque las mujeres suelen asumir una mayor carga de tareas no remuneradas, lo que limita su tiempo para la educación, el ocio, el descanso o el desarrollo personal. Esto perpetúa ciclos de desigualdad, afectando su salud, su participación en la vida pública y su autonomía económica.

Ideas para combatir la pobreza de tiempo y reducir la desigualdad de género:

Políticas públicas de apoyo.

En el Proyecto DIGECP, trabajamos junto a municipios para transformar esta realidad. ¿Cómo? Impulsando políticas públicas que reconozcan y redistribuyan los tiempos de vida, desde un enfoque de género interseccional y con compromiso institucional real.

Promover la redistribución del trabajo doméstico y de cuidado.
Fomentar que hombres y mujeres compartan de manera equitativa las tareas del hogar y el cuidado familiar, mediante campañas de sensibilización y programas educativos.

Flexibilidad laboral.
Impulsar horarios flexibles y modalidades de trabajo remoto, permitiendo a las personas gestionar mejor su tiempo y reducir la carga de tareas no remuneradas.

Reconocimiento social y económico del trabajo no remunerado.
Valorar y medir el trabajo doméstico y de cuidado en las estadísticas nacionales, para visibilizar su importancia y promover políticas que lo apoyen.

Educación y sensibilización.
Incluir en los programas escolares y campañas públicas la importancia de la igualdad en la distribución del tiempo y las tareas del hogar.

En conclusión, la pobreza de tiempo es una forma silenciosa pero poderosa de desigualdad de género que limita las oportunidades y el bienestar de muchas mujeres. Abordarla requiere un compromiso conjunto de gobiernos, comunidades y familias para crear una sociedad más justa, equitativa y con mayor calidad de vida para todos.

¿Te gustaría conocer más sobre el Proyecto DIGECP por la Igualdad de Género de Ciudades y Pueblos, dirigido a gobiernos locales y cofinanciado por la Comisión Europea?

📩Solicita información en premsa@forgenderseal.org

 


Pongámosle nombre: SAW (State against Women)

Artículo escrito por  Marta Macias Quesada. Con el apoyo de la Junta de la XIDPIC.CAT-XIPVG. Publicado en La Independent. 

El racismo institucional tiene un nombre que todo el mundo sabe. Tenemos claro cómo se llama lo que hizo Hitler. En cambio, lo que hacen ciertos gobiernos contra las mujeres no tiene nombre.

En Afganistán, por ejemplo, hay una prohibición completa del trabajo femenino fuera del hogar; las mujeres no pueden estudiar ni en el colegio ni en la universidad, y están obligadas a llevar burka.

En Irán, las mujeres necesitan el permiso masculino para estudiar, trabajar o viajar, no tienen derecho a heredar en caso de tener hermanos, y las niñas pueden ser obligadas a casarse a partir de los diez años.

En países como Benín, Burkina Faso, Camerún, Chad, Costa de Marfil, Egipto, Eritrea, Etiopía, Gambia, Ghana, Guinea, Guinea-Bissau, Irak, Kenia, Mali, Mauritania, Níger, Nigeria, República Centroafricana, Senegal, Sierra Leona, Somalia, Sudán, Tanzania, Togo, o Yemen, la mutilación genital femenina y los matrimonios forzados son prácticas generalizadas.

En Yemen, ante un tribunal, una mujer sólo se considera la mitad de una persona; es decir, «el testimonio de dos mujeres equivale al testimonio de un hombre». Además, las mujeres tienen prohibido testificar en casos de adulterio, calumnia o robo.

Como otros países, Yemen tiene un sistema político en el que las mujeres no son sujeto de derecho y, por lo tanto, no tienen ningún refugio civil o político que las proteja. Son países donde la indefensión de las mujeres es una constante y donde la desigualdad va más allá de la posibilidad de acceder a las oportunidades. Países regidos por un sistema político donde el patriarcado es inquisidor y donde el poder de los hombres sólo se consigue a través de la violencia.

El apartheid puso nombre al racismo institucional con el que el gobierno de Sudáfrica legitimaba la segregación o separación de la población por motivos raciales o étnicos, y por el que sometía a la población negra a un trato discriminatorio. El Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional de 2002 definió el apartheid como «un acto inhumano cometido en el contexto de un régimen institucionalizado de opresión y dominación sistemáticas de un grupo racial por encima de cualquier otro grupo racial, realizado para mantener este régimen».

Tener el nombre de apartheid facilitó definir el sistema instaurado en Sudáfrica. Permitió definir un sistema político basado en una determinada conducta racista, que se diferenciaba del racismo por el hecho de estar institucionalizado y legitimado por un gobierno. El nombre y la definición de este tipo de racismo facilitaron que pasara a clasificarse como crimen de lesa humanidad y que se incorporara específicamente y con el nombre de apartheid al artículo 7 del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional de 2002. Este artículo establece una lista de crímenes de lesa humanidad, y lo son, tal como establece el mismo, cuando se cometen como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y con conocimiento de este ataque.

El mundo entero dio un paso adelante al considerar el apartheid como un crimen terrible y doloso contra la humanidad. Ahora debemos buscar un nombre que facilite la denuncia de los gobiernos que odian a las mujeres, que legitiman su maltrato y degradación de forma expresa y generalizada. Buscamos un nombre para denunciar a los gobiernos que esclavizan a las mujeres obligándolas a cubrir su rostro, que les prohíben el acceso a la educación o les impiden tener un medio de subsistencia. Es un ataque generalizado, sistemático y conocido contra una parte de la población civil, en este caso las mujeres y las niñas, y es por tanto un crimen de lesa humanidad.

Poner nombre a las cosas es el primer paso para saber de qué hablamos. Tenemos identificados los países: son culpables, entre otros, los gobiernos de Afganistán, Yemen, Irak, Arabia Saudita o Irán. Buscamos un nombre, denunciamos y pedimos a Naciones Unidas y la Corte Penal internacional que se incluya como crimen de lesa humanidad. Es el momento de que las democracias desenmascaren a los gobiernos misóginos y los lleven ante la justicia. Llevamos la lucha hasta el final.

Pongámosle un nombre claro y universal. Un nombre para describir la violación de los derechos fundamentales de las mujeres, sólo por el hecho de serlo.

Propongo un nombre: Estado contra las mujeres. State against Women. SAW.

La idea ya está lanzada.